6 de marzo de 2012

K arma

Puedo imaginarte ahí sentada, en la oscuridad de tu habitación ideando algún plan para arreglar las cosas. Sentada con las piernas cruzadas, con la cabeza cabizbaja, con la mirada triste. Meditando.
¿Se te habían ido las cosas de control? Por supuesto que sí, no había más que pensarlo. Desde el momento en que pronunciaste esas palabras, sabias que te habías cavado tu propia tumba, solo que ahora el problema era como arreglar todo para mostrar tu arrepentimiento y salir de ahí. ¿Cómo? ¿Cómo demostrar que lo único que habías querido era que triunfara la justicia sobre lo que era tuyo, lo que te pertenecía por ley? Solo habías querido demostrar que tenías un punto, que realmente era una mala persona, que todos vieran que vos eras mucho mejor. Que se fijaran como podía llegar de lejos para arrebatarte todo y como ibas a llegar de lejos vos para cuidar vos a los que querías (o al menos eso ibas a dar a entender).
Nunca debería haberse interpuesto en tu camino, es decir, ¿A quién se le podría haber ocurrido interferir en tus planes? Vos tenías todo lo que tenías porque habías sabido pelear por ello hacía mucho tiempo ya. Derecho de piso, che. Era claro que alguien tenía que pagar. Las cosas buenas no pueden venir del cielo, o al menos vos lo creías así en ese momento. Pero no ahora, ahora solo podías pensar en que quizás la cosa se te había ido un poco de las manos. Solo, quizás, habías llegado un poco más lejos de lo que esperabas (de lo que cualquiera podía esperar) y en la oscuridad de tu habitación no podías pensar más que en arreglarlo.
Sonaría el teléfono. El mono se dejaría oír y correrías a leer el mensaje.
Te enterarías de las buenas noticias. El problema se había solucionado gracias a la buena voluntad de todos (después de todo, ahora que el panorama estaría más tranquilo, podían estar todos de acuerdo con vos en que había sido una broma de mal gusto, pero que no había sido para tanto y que realmente nadie tiene ni un poquito de sentido del humor).
Prenderías la luz y con ella también un cigarrillo (para festejar como se debe, por supuesto). Y ahora acostada boca arriba volverías a pensar: Que suerte que tiene ¿Cómo puede haberla sacado tan barata? ¿Cómo puede ser que otra vez vuelve a robarme lo que es mio?

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